03 enero 2007

Morir, dormir, tal vez soñar...


Soñó que el pertinaz dolor en el bajo vientre que ocultó por no importunar a los demás o porque no lo atormentaran, dejaba de acosarlo. Sin resistencia, el dolor desapareció. Soñó que la cocinera Eustolia (oh, la había heredaro de su madre, la vieja era miática) se iba a vivir con una sobrina y que por fin le estaba permitido comer como Dios manda. La casa dejó de apestar a ajo. Soñó el reencuentro con Lavinia, su no olvidada Lavinia, oportunamente libre. El matrimonio se celebró en la intimidad. Soño que congregaba una vasta antología sobre la inutilidad de la apología literaria. El elogio de los críticos fue unánime. Soñó el número que saldría premiado en la Loteria de Navidad. Le costó encontrarlo, pero su fortuna quedó asegurada. Soñó los ganadores de todas las carreras de la próxima reunión den el hipódromo de Palermo. Pero él odiaba las carreras, un tío suyo se había suicidado, etc. Soñó que despertaba. Pero no despertó. Desde hacía algunos minutos estaba muerto.
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ELISEO DIAZ, Notas sobre el azar
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