03 febrero 2007

Próxima parada...


Los viajes en metro son viajes transitorios. Un puente entre la escena A y la escena B. Esto sucede con todos nuestros desplazos, no solo con el metro. Nos pasamos la vida andando, viajando, tomando puentes desde el punto A al punto B. Casi siempre aislados. Cada uno se mueve en una dirección caotica por el mundo. La mayoría de las veces no apreciamos estos momentos. Nuestra mente enfocada nuestros pensamientos en el punto B. Hoy viajaba en el metro... línea habitual, música habitual... pero siempre distintos personajes. El vagon no se encuentra muy lleno y puedo sentarme tranquilamente. Todos guardan un silencio sepulcral, cada uno inmerso en sus actividades. En sus pensamientos. Libros, reproductores y periódicos gratuitos crean el ambiente rutinario del viaje. Al fondo del vagón un jovén con aspecto bohemio que devora un pequeño libro cede su asiento a una lujuriosa señora resplandenciente con su abrigo de piel. La sonrisa del joven no obtiene respuesta ni mirada alguna, como si la frigida máscara de la señora no pudiera quitarse la etiqueta de frialdad. Un niño mira con diversion la escena y continua jugando a su videoconsola. A mi lado sin que pueda mirar sus rostros salvo por el reflejo del cristal tengo a una chica inmersa en sus apuntes universitarios y a un joven ejecutivo que luce con malicia su rolex mientras mira las piernas a una joven secretaria. Esta le dedica una fría mirada y continua estudiando con esmero sus citas en su (supongo) apretada agenda. Las paradas van pasando y el tren se va llenando y cambiando sus personajes. El joven ejecutivo ha sido sustituido por una joven pareja latinoamericana. Ella tiene apoyada la cabeza en el hombro de él. No hablan. A veces no hace falta decir nada para decir que no se quiere estar con nadie más. El silencio en sí es más que una palabra. La joven secretaria ha terminado de ojear su agenda y ahora mira con cierto desdén a la chica universitaria. A su lado pasa desapercibido un hombre joven muy pensativo y aspecto gris. Con su mano derecha apoya su rostro y puedo ver su anillo de compromiso. ¿Estará pensando en su mujer? ¿será feliz? Me llama la atención un anciano de finisimas piernas que toma asiento frente de mi. De su bolsillo saca un pequeñisimo libro de amarillentas y envejecidas hojas. Sus manos tiemblan mientras mira el dibujo de un cowboy en su portada. Con sumo cuidado abre el librito y comienza la lectura con una sonrisa en el rostro y una mirada brillante. Al igual que la música es la banda sonora de nuestra pelicula... hay libros que también marcan momentos únicos en nuestra vida. ¿cuánto valor poseería aquel librillo para el hombre? Próxima parada Atocha Renfe... Sin prisa me levanto y me despido en silencio de todos los personajes con los que he compartido este viaje. Sus vidas como la mía continuarán con su ritmo habitual y nunca volveremos a saber los unos de los otros. Solo existirá ese pequeño trayecto que compartimos una vez y que nuestra delicada memoria encargará de borrar.