24 noviembre 2006

Hazme soñar

Hazme soñar. Cierra mis ojos, coge mi mano y llévame donde la ilusión aun vive. Donde aun respira. Encadéname a una nube y abandóname. No quiero despertar. No quiero regresar. Deja que la ilusión nos envuelva, descálzate conmigo de la realidad y pisa esta fértil tierra llena de color. Si miras por la ventana veras el interminable campo verde dónde estamos, humedecido por el rocío y con una ligera niebla que no impide que el cielo brille azul radiante. Al final, lejos dónde tus rojos ojos llegan a ver se encuentra una puerta. Abierta. Crúzala sin temor, y la siguiente que encuentres y la siguiente, y todas las que veas. Aquí no hay barreras ni fronteras, nadie detendrá tus pasos. Conocerás el mundo, apreciaras la belleza de las obras más grandiosas que una vez el hombre creó, tus ojos se inundaran de luz y majestuosidad. Detente donde prefieras, dónde el aire te inspire detenerte; siéntate y escucha las voces que te hablan. Reconoces un idioma diferente al tuyo, pero lo comprendes perfectamente. Descansa el tiempo necesario, nunca te gusto llevar reloj, y aquí no precisas de él. Detrás de ti tienes una caja, al abrirla descubrirás que está llena de palabras e imágenes. Una sacudida te despierta. Te encuentras en una (tú) cama. Frente a ti dormido, vislumbras un rostro. No lo reconoces pero sabes perfectamente quien es. Suavemente se acerca y te besa en la boca y en tus ojos cubiertos de lagrimas. De súbito un niño de ojos verdes te coge la mano y te levanta la cama. Camináis por las ruinas de una gran ciudad. Sus muros grises antes sin vida ahora convertidos en el cementerio de la gran mega polis. En el centro de esta gran zona muerta aparece un gran hoyo. Alrededor hombres y mujeres desnudas de todas las razas lanzan tierra con enormes palas enterrando los iconos de una sociedad fundada con el odio. Símbolos religiosos, esvásticas, ordenadores, multinacionales, armas, mísiles... todo tiene cabida en este agujero que representa ya el viejo mundo. Te das la vuelta y vuelves a estar el interminable prado verde. En el centro ahora se encuentra un anciano sentado en una silla de mimbre contando historias al niño de ojos verdes. Te sientas a escuchar sus historias. Son cálidas, alegres pero también teñidas de melancolía. Te muestra su palma abierta. En su mano se encuentra un fotograma de una película. Tu cara se ilumina al reconocer la película. Le miras a los profundos ojos y por fin ves tu rostro desde que llegaste conmigo a este luminoso mundo. Reconoces tu rostro con una pequeña gran y sutil diferencia. Sonríes.